Lucía Tennina
En el documental A palavra (en)cantada, Chico Buarque
cuenta que en los años ´30 la población letrada de la ciudad de Rio de Janeiro
subía el morro a comprar composiciones. “La clase media iba a buscar la música
al morro, iban al morro para abastacerse, las personas subían al morro para
comprar samba”, dice Chico dejando escapar una risita de asombro. El mito
popular recuerda que circulaba entonces un juego de palabras que bromeaba con
llamar “comprositores” a los músicos que iban a comprar composiciones. En la
escena siguiente Martinho da Vila continúa hablando de los compositores del
morro y con un tono más nostálgico afirma: “El compositor hablaba de su mundo,
de su barraco, de su mujer, de su
trabajo, de sus tristezas, de su sociedad. Como sus sambas eran justamente del
morro, había muchos sambas hablando del morro. Hoy no hay más esos sambas que hablan
de la favela porque la favela cambió, cambió mucho”. A partir de cierto momento, efectivamente,
decir “favela” comenzó a acarrear
la idea de peligro y no de arte y luego la de arte del peligro.
¿En qué consiste ese
cambio? ¿Cómo es hoy en día la trama que compone los espacios periféricos de
las ciudades brasileñas y de qué manera se relaciona con los centros económicos
y culturales? Haciendo eco del sentido común podríamos darle continuidad al
juego de palabras que abre el testimonio de Chico Buarque y afirmar que en
cierto momento el comercio de las favelas pasó de tener como objeto el samba a
tener como objeto de intercambio la droga. Durante los años 90, en esa
atmósfera mundial de profundización de las prácticas neoliberales que acarreaba
la ampliación de las desigualdades, las periferias de los grandes centros
urbanos de Brasil se fueron volviendo centros proveedores de cualquier tipo de
estupefacientes ilegales, lo que trajo consigo el desarrollo de facciones
criminales y en algunos casos la organización de ese crimen. Martinho no deja
de llamar la atención al respecto en la misma escena antes citada: “La favela cambió,
cambió mucho con este problema de la violencia, del crimen organizado, de las
facciones, entonces los morros perdieron un poco su identidad, no totalmente
pero perdieron mucho”. Para darle un nombre a estos nuevos tiempos el autor del
célebre libro Cidade de Deus propone
el término “neofavela”, un espacio atravesado por la guerra entre los
traficantes de droga y la violencia y corrupción de la policía.
Esa reconfiguración
del espacio periférico anuló los relatos sobre las favelas vinculados a las
letras de samba; desde comienzos de la última década del siglo XX, cualquier
tipo de referencia que se hiciera sobre las regiones periféricas tenían el
matiz de los relatos del terror que los medios de comunicación alimentaban diariamente
abriendo y cerrando sus programaciones con imágenes de tiros, de muertos, de
helicópteros sobrevolando comunidades suburbanas, de persecuciones, de gritos y
de llantos. La potencia de esos relatos fueron cristalizando un sistema
semántico definitorio de la idea de “favela” que instaló una división moral traducida
topográficamente. De un lado (“del otro lado del puente”, en el caso de San
Pablo y “en el morro” en Rio de Janeiro) están los criminales, los traficantes,
los inhumanos asesinos; ser pobre como sinónimo de ser ladrón. Del otro lado
(en el “centro” para San Pablo y en el “asfalto” para Rio de Janeiro), están las
víctimas que sufren el miedo, el terror, la injusticia y la inseguridad.
Gramática de la criminalidad regulada por una topografía que arrastra consigo
una fisonomía vinculada a la negritud.
Más allá de la
fuerza que esos relatos del terror adquirieron en base a la realidad de las
estadísticas de muertes y de asesinatos en las regiones periféricas de los dos
principales centros urbanos de Brasil, también en los años 90 empezó a
configurarse otro sistema semántico para darle sentido a esa realidad que
proponía una explicación opuesta. Los mismos estigmatizados empezaron a hacer
escuchar sus voces en el marco del movimiento del hip hop a través de las
letras de rap, acercando una lógica de pensamiento alternativa a la de los grandes
medios que ya se había instalado en el sentido común. Fue principalmente a
partir de los versos del grupo Racionais Mc´s y su letra “Pánico na zona sul” que
la resignificación de los espacios periféricos y sus habitantes empezó a tomar
fuerza, dando inicio a la configuración de un cada vez más poderoso
contrarrelato. Este nuevo relato que impactaba en las radios brasileñas proponía
un develamiento de las operaciones criminalizantes de las instituciones del
Estado – como la policía en este caso – provocando un desplazamiento del
sistema semántico que suele asociarse al “centro” o al “asfalto”. “Pánico”,
“inseguridad”, “injusticia” están ya no en los barrios de clase media de la
ciudad sino en las calles de la zona sur. Las letras de rap empezaron a poner en
funcionamiento una cada vez mayor variedad de relatos interesados en la
resignificación del negro, del pobre y del favelado, reconfigurando así el mapa
social y moral de los relatos hegemónicos. Operación doble:
desterritorialización de las operaciones criminales y resignificación de las
identidades criminalizadas.
Los nuevos relatos
provenientes del rap empezaron a funcionar por esa época como una voz colectiva
de afirmación de la identidad periférica en todas las favelas de Brasil,
ampliándose enormemente la lista de grupos de jóvenes que armaban sus propios
grupos de rap (entre los que se destaca Facção Central, formado en 1995). Pero
ya a mediados de la década del ´90 empezaron a extender su llegada a otros
sectores de la población. El gran salto sucedió en 1997 cuando aquel grupo de
la zona sur de San Pablo, Racionais MC´s,
lanzó su cuarto disco independiente, “Sobrevivendo no inferno”,
vendiendo 100 mil copias en tan sólo una semana, no solamente entre oyentes de
las periferias sino también entre consumidores de las clases medias. Tanto en
los pasillos de las favelas, como en los lujosos departamentos de los barrios
ricos de Brasil entero se empezó a escuchar la voz de Primo Preto diciendo que
“60% de los jóvenes de la periferia sin antecedentes criminales ya sufirieron
violencia por parte de la policía; de cada 4 personas muertas por la policía, 3
son negras; en las universidades brasileñas apenas el 2% de los alumnos son
negros; cada 4 horas, un joven negro muere violentamente en San Pablo. Aquí quien
habla es Primo Preto, un sobreviviente más” (Capítulo 4, Versículo 6). Evidentemente
empezó a haber una demanda de un relato alternativo al del terror también en
los sectores no periféricos como consecuencia de una sucesión de
acontecimientos tremendos que no hallaban consuelo en la lógica que el discurso
hegemónico proponía, como la masacre de la Candelaria en Río, con el asesinato
brutal en manos de la policía de 8 niños de los 50 que dormían en las
escalinatas de esa Iglesia, y la masacre de Vigário Geral, que dejó como saldo
21 muertes inocentes también por parte de la policía. El mapa se presentaba más
complejo de lo que el relato oficial pretendía y en esa coyuntura las voces del
rap empezaron a funcionar como un contrarrelato que impactaba en varios
sectores de la sociedad brasileña.
Al poco tiempo, el
lenguaje se fue ampliando y, con un alcance inmediato y masivo, empezaron a
aparecer en el mercado una serie de “productos favela” que le dieron dimensión
internacional a este nuevo perfil que empezaron a tomar dichos espacios. De
hecho, pasados unos meses de su lanzamiento, el disco “Sobrevivendo no inferno”
participó y ganó por su video “Diario de um detento” el premio VMB del año 1997,
una especie de Oscar de las emisoras de videoclips que le permitió al grupo ir
a representar a Brasil en la fiesta que se llevó a cabo en Los Ángeles. Ese
mismo año la editorial Companhia das Letras sorprendió en su catálogo con el
libro Cidade de Deus, de Paulo Lins,
un autor que nació y creció en la favela que le da nombre al libro. Y algunos
años después, en el 2001, Fernando Meirelles presentó al mundo entero la
película homónima basada en dicho libro que, como todos sabemos, alcanzó un
éxito mundial. En palabras de Heloísa Buarque de Hollanda, “el mercado editorial
y audiovisual, astuto, percibe y comienza a interesarse por esos relatos que
responden a un creciente interés de la clase media en saber sobre el lado de allá”. Es pertinente recordar en
este punto que la palabra
“interés” deriva de una construcción impersonal latina inter est, que significa “es diferente”; es justamente como
consecuencia de esa diferencia que se presenta como urgente la necesidad de
relatos por parte de la clase media, perturbada por los relatos del terror que
eran los únicos que le llegaban de ese “lado de allá”. Mientras que dentro de
las comunidades el rap partía de la demandaba de un relato que resignificara el
ser periférico otorgándole autoestima y construyendo una identidad, la clase
media pedía un relato que tranquilizara el terror que la periferia le provocaba
y fue el mercado el que vino a otorgarle este relato compensatorio.
Paralelamente a todo ese nuevo tráfico de
relatos, se empezaron a levantar por las calles de los barrios del Gran San
Pablo una serie de voces vinculadas a las letras de rap por sus temáticas,
recursos, intenciones y por estar articuladas por habitantes de barrios de dicha
región, pero identificadas no ya con el hip hop sino con la literatura. Durante
los años 90 se empezó a escuchar en algunos recitales de rap la voz de Sérgio
Vaz declamando sus propios poemas, y se empezaron a leer en el reverso de los
carteles que publicitaban a ciertos políticos en el extremo sur de San Pablo poemas
de un tal Binho. En el año 2000 este tipo de manifestaciones ganó fuerza a
partir de la publicación de Capão Pecado,
de Ferréz, un escritor del estigmatizado barrio de la zona sur de San Pablo llamado
Capão Redondo. Se trata de un libro original en su contenido y su forma, dado
que cuenta la historia de Rael, un habitante de aquel barrio, e intercala entre
los capítulos textos de diferentes raperos de la zona sur. Fue a partir de la notoriedad alcanzada por esta publicación que
Ferréz, en tanto “excepción cultural”, según apunta Erica Peçanha do Nascimento – la antropóloga
pionera en estudiar estas manifestaciones literarias –, comenzó
a colaborar como cronista al año siguiente en la revista Caros Amigos (una importante revista de izquierda nacida en 1997
con una intención de repudiar al neoliberalismo nacional y mundial). A los
pocos años, en el 2001, dicha revista le dio un protagonismo mayor a aquel escritor
autorizándolo a publicar un número especial ideado y organizado por él mismo, llamado
Caros Amigos / Literatura Marginal. A
cultura da periferia. Esta publicación tuvo tal repercusión que acabó
teniendo dos números más, en 2002 y 2004. Estos números especiales –pensados
desde estrategias de lectura que atrajeran no solamente a los lectores de
trayectoria letrada que solían comprar la Caros
Amigos, sino también a los trabajadores y chicos de las periferias del
país- visibilizaron en aquel momento una escena literaria dispersa y
desconocida incluso por los mismos colaboradores y le dieron un nombre para
identificarla: “literatura marginal”. La fuerza con la que se instaló esta
categoría no solamente le dio identidad a una serie reunida sino que también
sentó las bases para un movimiento que viene tomando cada vez más fuerza y más
lugar en la escena literaria brasileña.
Al
año siguiente del primer número de la edición especial empezó a conformarse una
nueva práctica literaria llamada “sarau” (una especie de peña poética), espacio
clave de conformación y consolidación del Movimiento de Literatura
marginal/periférica que funciona hasta hoy en día como cocina de la literatura
marginal. Se trata de reuniones en bares de diferentes barrios del Gran San
Pablo donde los vecinos declaman o leen textos propios o ajenos frente a un
micrófono, durante aproximadamente dos horas. Muchos bares –espacios donde
suelen ocurrir los actos que luego se vuelven estadísticas (los asesinatos y el
alcoholismo)–, funcionan desde entonces también como centros culturales. Los saraus da periferia se están
multiplicando anualmente y conforman un circuito recorrido por una red de
frecuentadores que se mueven de barrio en barrio, sin considerar las grandes
distancias geográficas dentro del Gran San Pablo, ni las distancias que imponen
la realidad del tráfico y la pobreza. Estos espacios se volvieron importantes
centros de difusión (principalmente por la organización de antologías y la
venta de libros autorales) y de formación de lectores y de escritores.
La escena de la
cultura periférica a comienzos del siglo XXI se presentaba, así, de manera cada
vez más compleja y amplia, y se desarrollaba en paralelo a una coyuntura
política encabezada por el gobierno Lula y la gestión de Gilberto Gil seguido
de Juca Ferreira en el Ministerio de Cultura que, con contradicciones, comenzó
a incluir en las agendas la problemática de “las periferias” ya no desde una
política del desarrollo sino desde la lógica de la gestión. Se implementaron
así una serie de programas orientados al reconocimiento del trabajo
comunitario, legitimando y alentando su visibilidad, como el Programa Cultura
Viva. La cuestión central desde entonces comenzó a ser la “gestión”, tal y como
lo señala João Camillo Penna en su iluminador artículo “Criminalización y
culturalización de la pobreza”: “Así, la palabra que define la política
contemporánea en su modo de ‘gobernabilidad’ es gestión: gestión de las ilegalidades (y no justicia), escribía
Foucault; gestión de las inserciones (y no ciudadanía), decimos nosotros […] lo
que está en juego aquí es la constitución de sujetos a partir de una división
moral o penal – el jagunzo, el narcotraficante, el marginal – tornándolos objetos
de cultura”. Frente a la represión por parte de la policía en sintonía con la
pretensión de un Brasil desarrollado e integrado, este tipo de lógica comienza
a pensar en la gestión de las diferencias a partir de sus manifestaciones culturales,
partiendo de la política de la inserción. Penna identifica este proceso como
“criminalización de la pobreza” y “culturalización de la pobreza”,
respectivamente.
En
paralelo a esta gestión de la cultura de la pobreza por parte del Estado, las
industrias culturales continuaron captando cada vez más las producciones
vinculadas a esa temática y esas trayectorias. En 2011, por ejemplo, el mayor
evento de literatura de Brasil, la Flip (Feria del libro internacional de
Paraty) cedió el escenario principal al tema “Palavra das Ruas” (Palabra de las
Calles), con dos escritores de la periferia de San Pablo y un rapero como
invitados (Sérgio Vaz, Rodrigo Ciríaco y Cocão). Ese mismo año, el mayor evento
de cultura que se lleva a cabo en las calles de la Ciudad de San Pablo armó un
escenario especial llamado “Palco da Cultura Periférica”, donde incluyó rap,
literatura, saraus, samba; y en 2012 dedicó un escenario especialmente a los
Saraus. La revelación musical del 2012 fue Criolo, un artista del extremo sur
de São Paulo, el barrio de Grajaú, que ganó en tres categorías (Revelación,
Mejor Cantante y Mejor Album) del Premio da Música Brasileira. Y ese mismo año
el Grupo Editorial Planeta publicó un libro de Paulo Lins y otro de Ferréz.
Trayendo a colación en el
testimonio de Chico Buarque del comienzo de este artículo, podríamos decir que
nuevamente se está “subiendo al morro” a comprar cultura, aunque no se trata ya
de “comprositores” sino que son las corporaciones y multinacionales los que se
interesan por las producciones periféricas.
Ahora bien, esta
utilización de la periferia en tanto recurso cultural explotable (parafraseando
a George Yúdice en El recurso de la
cultura) hace que muchas veces no se preste atención al contenido en sí,
sino que el habitus periférico del producto y su creador son lo que interesan.
En otras palabras, el interés de lo periférico algunas veces termina echando
sombra sobre la producción en sí misma, que acaba importando menos que su
origen. Así, por ejemplo, al tiempo que un programa de televisión invita a un
escritor periférico con una serie de libros publicados y reconocidos, invita a
otro escritor que se autorreconoce también como periférico pero que no cuenta
con ninguna producción pública más allá de su blog personal y es apenas reconocida
dentro de su propio ámbito. A veces todo pareciera dar lo mismo mientras que
sea “marginal”.
Esta voracidad por lo
periférico por parte de las industrias culturales y los programas de gobierno
termina siendo muchas veces un boomerang que se vuelve en contra de la
producción de los mismos autodenominados “periféricos”, pues muchas veces
terminan trabajando más en la construcción de su persona como “mano” o “mina” o
como “escritor marginal”, que en su propia producción, que en el caso de la
literatura, por ejemplo, termina reduciéndose a aforismos o refritos de textos
viejos recopilados en un libro con otro título; los libros en esos casos más
que novedades literarias, se vuelven pruebas que confirman el título de
“escritor marginal” de quien los publica. Podría hablarse en estos casos de una
autoexplotación del recurso “cultura de la periferia” que acaba en definitiva
en una autoexclusión de cualquier otro tipo de manifestación cultural. Cabe
citar aquí nuevamente a João Camillo Penna: “al eliminar la fuerza de pánico
real en las identidades representadas en versión estética, las imágenes
identitarias, estereotipadas y segmentadas, productoras de modas y estilos de
la juventud, reproducen la misma distancia con el ‘Otro’ que estas mismas
imágenes, teóricamente, deberían acortar”.
Ahora bien, dentro de este
enredado entramado en el que el relato de “lo periférico” parece estar
administrado en todos sus flancos, aparecen algunas “sorpresas” que desorientan
las categorizaciones. Deus foi almoçar, el último libro de Ferréz, por
ejemplo, fue publicado por Editorial Planeta; el contrato editorial fue firmado
con anterioridad a la existencia de la novela, que fue esperada con ansias por
los lectores de Ferréz y por el mercado del libro. En julio de 2012 llegó
finalmente a las librerías, pero con una característica inesperada: a
diferencia de todos sus libros anteriores, esta tercera novela no nombra en
ninguna de sus 239 páginas la palabra “favela”, tampoco coloca el el foco en la injusticia social, las drogas y la violencia física
ni presenta un lenguaje plagado de jergas. Se trata de la historia de
Calixto, un personaje de clase media baja que se encuentra inmerso en una
profunda depresión.
¿Cómo
leer este inesperado gesto de la literatura de Ferréz?
Junto a
la utilización de su nombre y de su trayectoria periférica que tanto él como la
Editorial Planeta explotan al máximo (basta con leer la solapa del libro),
Ferréz sorprende con una intervención que consiste en tachar en un gesto
literario el calificativo “marginal” con el que se autoidentificó y legitimó
como escritor. Con su nombre ya consolidado dentro del esquema de
culturalización de la periferia, Deus foi
almoçar infiltra otra propuesta. El libro funcionaría así como un sacudimiento del esquema sin salida de
la idea de “artista periférico”, dado que lo que Ferréz lleva a cabo es una
identificación ya no dentro de la “literatura marginal”, sino dentro de la “literatura”,
produciendo un movimiento de autointegración dentro de esa categoría de
trayectoria letrada, históricamente digitada por los “dueños de la escritura”,
como los llamaba Ángel Rama. Desafío literario cuya respuesta por parte de la
crítica literaria y los lectores de trayectoria letrada podría develar que
detrás de las gestiones de la “cultura periférica” más que máquinas de igualdad
hay tecnologías de poder.
Evidentemente,
el intercambio entre las periferias y los discursos hegemónicos en términos de
cultura ya no son tan simples ni unilaterales como cuando las clases medias
subían a comprar samba a los morros. Hay un entramado complejo que pasa por la
criminalización, el contrarrelato, la gestión y culturalización, la
mercantilización, la autoexplotación y la autointegración que ponen en jaque
las categorías simplistas y dicotómicas con las que se suelen leer las
manifestaciones culturales de las periferias. El camino que une centros y
periferias hoy en día ya no es, sin duda, solamente el de subir y bajar del
morro, sino que hay idas y vueltas, atajos y caminos inesperados que plantean
un mapa de difícil coordenadas que obligan a reenfocar la mirada y las
categorías para pensarlo.
***
O texto
completo, publicado na revista Informe
Escaleno, pode ser lido aqui.
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